jueves, 7 de abril de 2011

Centocinquanta Anni dall' Unità d' Italia

La bandera que adorna el Palazzo della Raggione es tan grande que apenas si deja intuir su balaustrada. Un emblema nacional exhibido con orgullo por los dirigentes de una urbe que, a día de hoy, sigue conservando el encanto tranquilo de la que fuese célebre en el viejo continente por ser sede de una de sus primeras universidades.

Palazzo della Raggione, Padova (Italia)
En la plaza, a los pies del edificio público, la gente continua su actividad cotidiana, agena al omnipresente tanti auguri que tinta calles y balcones de rojo, verde y blanco. Al margen de rimbombantes actos, los autóctonos siguen con 'lo de siempre': van y vienen, cargan bolsas, gritan su mercancía, se entremezclan a pie, en coche y en bici en su caótica pero ordenada forma de circular. Orden italiano lease y, sobre todo, no intente comprenderse.


Se me antoja pensar que, después de siglo y medio de andadura unificada, los habitantes de la bella Italia hayan llegado a entender su historia como trayectoria particular, como una tradición a compartir, diferente de la de otros pueblos pero nunca excluyente. Quiero imaginar que, a su manera, los moradores de la bota aprovechan la ocasión para celebrar el aniversario del país de la forma en que mejor saben hacerlo: Siendo más italianos que nunca, luciendo camisa bien planchada, zapatos relucientes,capuccino en mano. Puede que hasta piropeando a alguna bonita ragazza.

Pudiera ser que, por fin, ciento cincuenta años después de que Giussepe Garibaldi se embarcara en su aventura, sus compatriotas hayan aprendido sobre las peculiaridades de su cultura y perdido el miedo al extranjero, al diferente, al que muchos dicen amenaza lo que, a su juicio, insisten en denominar patria. ¿Qué es la patria?

Igual, después de tanto tiempo, los italianos han conseguido librarse de pensamientos exaltados que intentan elevar, sin fundamento, a unos pueblos por encima de otros pueblos para, en última estancia, garantizar la supremacía de los primeros sobre los segundos. ¿Con qué derecho?

Quizá un día las llamadas naciones, un concepto político que bien merecería ser redefinido en los albores del siglo XXI, superen la ignorancia supina que, en muchos casos si no en todos, cierra las puertas al individuo y le impide enrriquecerse con lo queel otro tiene que aportar. ¡Tantas cosas que aprender y sólo una vida para hacerlo!

Siendo realistas, probablemente la vida solo siga su curso en Pádova, sin que nadie se pare a pensar en una historia que los de arriba se esfuerzan en reivindicar en letras mayúsculas y siempre al servicio de sus intereses.

Es día de mercado y todos se esfuerzan por conseguir lo que les han enseñado a necesitar. Eso al margen de un cavaliere gañán del que muchos dicen ya estar hartos pero que, no olvidemos, ha conseguido alcanzar el gran sillón desde el que maneja a su antojo los hilos que mueven Italia a través no de una, sino de tres elecciones consecutivas. Todas ellas democráticas y legítimas.

Mientras tanto, en España, los eurodiputados se niegan a viajar en clase turista y a congelarse el sueldo. Para eso dirigen Europa, cuna de culturas y civilizaciones. Faltaría más. Luego dirá de Berlusconi pero, al parecer, la piel de toro también tiene sobrados motivos por los que agachar la cabeza. Que vergüenza. Indignez Vous!

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