sábado, 1 de noviembre de 2008

Londres


Cuando te enamoras sucede sin aviso previo, sin ningún tipo de razón lógica. El amor, por definición, ha de golpearte rápido y fuerte, sin darte pie a decidir, sin dejarte pensar en las consuecuencias. Nadie te dice “eh, mañana va a cruzarse en tu camino el amor de tu vida”. El sentimiento es por eso insólito, ardiente e indiscutible. No se puede explicar con palabras. Hay que vivirlo, disfrutarlo y, las más de las veces, sufrirlo. Dejar que te dibuje una estúpida sonrisa en la cara por la que todo mundo te envidiará y odiará a la vez cuando pases a su lado. Tan sólo por sentir ese calor un instante merece la pena apostarlo todo a una única ficha aún sabiendo que el riesgo es tal que cualquier complicación pudiera desembocar en catástrofe.
Londres fue la primera ciudad de verdad que visité. Apenas sin saber nada, sin aviso previo. Me pilló por sorpresa. Igual que tú. Al más puro estilo de las historias de amor, sin condiciones y con falsas promesas, totalmente en la línea de esos guiones de los que todos  sin excepción soñamos ser  un día protagonistas. Sé que es evidente y, aún así, me veo en la necesidad de confesarlo. Estoy irremediablente enamorada de Londres. Desde el primer momento en que la ví, desde el primer momento en que te vi, y no hay lugar al arrepentimiento porque cada uno de los momentos que pasé a su lado, que pasé a tu lado, han sido y serán únicos e irrepetibles.


Big Ben, Londres (United Kingdom)

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